¿Por qué escribimos dedicatorias?

Me pregunto si has atravesado ese momento en el que, hurgando entre viejos papeles, descubres una página que se te pega al pecho y a tus cimientos más profundos. Son esas palabras que te hacen viajar en el tiempo y te bañan con las sensaciones de un instante lejano. Así mismo, basta con cerrar los ojos y curiosear en un recuerdo para llenarte del amor y la esperanza que éste condensa.

Escribir una dedicatoria es hacer una pausa para tocar los corazones de quienes amamos

Escribir una dedicatoria no es un acto efímero, por lo menos no en su versión más digna y pura. Tampoco discute con una cuestión de tiempo. Es, en cambio, una intención comprometida. Hacer una pausa para crear algo hermoso que toque los corazones de quienes amamos. Tomar unos minutos y dejar paso a la magia que transformará este corto tiempo en un símbolo de inmortalidad para los próximos años.

Usualmente lo que sentimos nos arropa y parece ser mucho más grande que nosotros mismos. Ponerlo en palabras parece una misión para la que no estamos hechos. Es allí cuando hay que recordar que lo más valioso es ese detalle que estamos construyendo con nuestro tiempo y atención; como un lazo que se extiende hacia esa persona especial. Hay dedicatorias que encierran secretos, esconden grandes amores o revelan el deseo de un encuentro. De cualquier modo, es una página en blanco dedicada a que vuelques en ella todo lo que tu corazón guarda. La oportunidad de atrapar un fragmento del presente y, quizás, reescribir el futuro a partir de un acto tan sublime como poderoso.

«A mi madre y a mi padre, por permitirme soñar».

Eileen Goudge. El jardín de las mentiras

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