Las flores fueron parte de sus vidas incluso antes de que lo supieran

El Principito, personaje del libro de Antoine Saint Exuperie, tenía una rosa en su pequeño planeta y cuidaba de ella con recelo. Era un ser introvertido y misterioso. Pienso en Oscar y me recuerda al Principito. Poco sé de él, no conozco su profesión, apenas su apellido, sólo sé que entre sus posiciones más preciadas están sus rosales, los que cuida con devoción.

Llego a su casa de Nordelta y entro por el porche blanco que sobresale del azul de las paredes. En ese momento no puedo imaginarme aún cómo será el jardín, al que saldremos en unos minutos. El sol de la tarde está alto y Oscar me invita a usar un sombrero. Yo le agradezco pero no me pongo nada, luego me arrepentiré…

Salimos por la puerta de la galería y al ver el jardín me dan ganas de respirar hondo y llenarme de oxígeno y perfume de rosas. El pequeño parque, de su propiedad, está impecable. Aquí y allá, espesuras de rosales y Dalias crecen a la vera del río, bordean las paredes de la casa y se trepan por el arco que enmarca la puerta trasera.

Quién pudiera tener un jardín así, tan cuidado y meticuloso -pienso- con rosas de todos los colores que emergen de sus tallos, sanas e impecables. Cualquiera sabe lo difícil que es tener una enredadera de rosal sin ninguna hoja manchada por una plaga o por un hongo como las del jardín de Oscar. Me pregunto a mí misma cómo lo logra y Oscar, por su parte, me enumera los tips básicos. Me habla del riego, de los plaguicidas, e innumerables detalles técnicos que fue incorporando con la práctica y con el estudio de esta planta.

Pero sobre todo, me habla de la poda y de cómo esta debe llevarse a cabo. Hay que despojar a la planta de todas las ramas menores y sólo dejar los tallos mayores. Así crecerá fuerte y sana. En la cultura occidental nos cuesta podar y desprendernos de las cosas. Pero podar también significa dar espacio a lo nuevo y, en el caso de las rosas, es sumamente importante sacar todas las ramas menores para dar espacio a las que brotarán en primavera. Mientras Oscar explica como podar con inteligencia, tijera en mano, corta dos flores y un capullo de una rosa bordó. “Esta es una rosa perfumada, de aroma cítrico”, me dice y yo compruebo que es cierto; su aroma es exquisito.

Oscar fue llenando su jardín con diferentes especies de rosales. Con entusiasmo me muestra las rosas trepadoras que ya alcanzan el techo de la galería y el “arco” de flores que adornan la casa A simple vista parece que para Oscar sus flores son el resultado de un esfuerzo práctico y racional, aunque en el fondo, al igual que para el Principito, hay algo más que lo une a ellas, algo que es invisible a los ojos. Trabajo, dedicación, constancia y amor son los ingredientes para tener un jardín hermoso como el suyo.

Elía

El comienzo sucedió hace tiempo, en un pequeño pueblo de Portugal. La iglesia, a lo alto de una colina, se recortaba blanca sobre un cielo de un hondo color azul. Su interior era fresco y sencillo, los altares coloridos. Por sus ventanales la luz del sol entraba tamizada a través de los pequeños vitrales. Pronto sería el evento, una misa o tal vez un casamiento. El tiempo era marcado por las sombras que se movían lentamente por las paredes y los pisos. El silencio era cortado únicamente por el susurro de una viejita que armaba, en los bordes de los bancos de madera, los ramos de flores que adornarían la ceremonia. Los bouquets tomaban vida a medida que la anciana colocaba una a una las flores en sus posiciones. Con la suavidad y la lentitud que le evocaban sus años, la viejita hacía composiciones de todos colores, de flores de pétalos de diferentes tamaños, hojas verdes delicadas que asomaban de los moños de tela prolijamente dispuestos para contener el ramo.

Era media tarde y la siesta adormecía aún las calles del pueblo. Elía era la recién llegada, la extranjera. Venía de un país de Sudamérica a visitar familiares en Europa. La iglesia fue lo primero que le llamó la atención y en ella, la anciana que armaba los bouquets para las alegres festividades que allí se convocarían.Aquella mujer era la abuela de Elía, pero por los años de no verse ninguna se reconoció en aquel momento. Fue sólo más tarde, en la cena familiar, que abuela y nieta fueron oportunamente presentadas, nuevamente presentadas, como lo habían sido muchos años atrás.

La historia volvió a la memoria de Elía cuando se encontró a ella misma armando ramos de Ikebanas en su casa de Nordelta. Un abismo de tiempo la separaba de aquella iglesia y aun así, algo todo resultaba muy cercano. Elía había estudiado psicología, se había casado, había formado una familia, se había mudado. Las flores no llegaron pronto a su vida pero tal vez lo hicieron en el momento justo, cuando su profesión dejó de darle respuestas. Primero fue un curso de ikebanismo en el barrio de Belgrano y con el armado de arreglos florales que Elía disponía en su hogar. Pero más tarde y casi sin saberlo emprendería un increíble viaje al Japón para especializarse en la técnica. De a poco las flores también tomaron su consultorio y el ikebanismo fue metiéndose en su profesión, resignificando la psicología Así, su vida, su familia y su profesión se fueron inclinando por “El camino de las flores” y estás tomaron una importancia tal que no pudieron faltar nunca más en su hogar.

Ellía y Oscar nos cuentan algunos secretos sobre como mantienen su hermoso jardín.

  • Correcta ubicación
  • Abundante riego
  • Poda controlada en Junio y Agosto
  • Uso de medido de abono
  • un adecuado control y prevención de plagas.

Es importante que la planta reciba mucho sol pero a su vez debe estar protegida de los rayos más fuertes de las primeras horas de la tarde. Los rosales no pueden ubicarse entre paredes o a pie de un árbol o plantas más grandes. El riego de ser periódico, evitando que la tierra esté seca. Al regar debe usarse abundante agua, para que esta llegue a todas las raíces.

La poda cumplirá dos funciones importantes para los rosales: servirá para guiar el crecimiento de la planta, por un lado, y ayudará al fortalecimiento de la misma.

Durante la poda deben cortase todas las ramas débiles y las más viejas, dejando sólo los tallos más fuertes. Si las ramas estuviesen muy cerradas, la planta debe podarse con las yemas hacía afuera, para que las nuevas ramas crezcan en ese sentido. Si el rosal estuviese muy abierto, entonces hay que cortar las yemas hacia el interior, para que las nuevas ramas crezcan hacia adentro.

Durante la floración, es importante sacar todas las rosas viejas o que pierdan pétalos, para dar más fuerza a la planta.

Diferentes fertilizantes puede utilizarse para  mantener a los rosales saludables. Generalmente en invierno es recomendable el uso de un fertilizante compuesto (Nitrógeno- Fósforo- Potasio), aunque existen otros.

En algunas épocas del año son típicas las plagas como pulgones y otras como el oidium, la mancha negra, la roya. Para evitar la presencia de las mismas se debe, por un lado, prevenir, en el caso de los hongos, y por otro actuar cuando aparecen los primeros indicios de los mismos, en el caso de insectos invasores.

Los insecticidas, deben usarse ni bien se nota la presencia del bicho. Generalmente los insecticidas actúan directamente en la salvia de la planta, llegando a todas las ramas y hojas, protegiéndola.

Los funguicidas sólo son efectivos como prevención ya que una vez que un hongo ataca al rosal es muy difícil extinguirlo.

Esperamos que hayan disfrutado este viaje al interior de uno de los jardines más impactantes de Nordelta ¿Quieren que escribamos sobre su jardín? Cuéntenos en los comentarios.

Diseño de paisaje – Cecile de Wavrin